Absurdos de la plegaria
Por: Klaus Ziegler
COLUMNISTA DE EL ESPECTADOR
PUBLICADA EL DIA JUEVES 16 DE ABRIL DE
2009
La oración es un diálogo con Dios
para pedirle perdón, agradecerle o solicitarle ayuda.
El propósito último de la plegaria
es persuadir al Ser Supremo para que cambie el rumbo de los acontecimientos a
nuestro favor. Pero, ¿no es acaso absurdo, casi sacrílego, pretender que
nuestras súplicas puedan cambiar un destino elegido con cuidado y anticipación
por un ser infinitamente sabio?
El creyente supone que su ruego es
más persuasivo si se hace con sumisión, preferiblemente de rodillas. Pero es
obvio que un ser superior no puede complacerse con semejante actitud servil,
porque en ello habría vanidad, defecto imposible en un ser perfecto.
El devoto imagina que la
insistencia en su ruego hace más probable que sus súplicas sean atendidas.
¿Acaso presume que es posible quebrantar la voluntad divina si insiste hasta el
cansancio como lo hace un niño malcriado con sus padres? Cree también que una
oración en coro es mejor que el rezo individual, como si una conciencia
superior fuera susceptible de cambiarse si se recurre a la algarabía, o a la
fuerza de la unión.
Los católicos piensan que las
oraciones papales tienen más alcance. Es decir, aceptan que Dios se comporta
como un déspota autoritario que sólo escucha a los subalternos próximos y no se
rebaja a atender al hombre sencillo de la calle. O recurren a su Santa Madre
como intercesora, suponiendo que el corazón celestial es susceptible de
ablandarse ante los ruegos de una mamá. Y aunque madre hay sólo una, existen
multitud de vírgenes, unas con licencia para hacer milagros, y otras no; y
santos y patronos que sirven de mediadores entre el cielo y la tierra.
Con frecuencia la oración apela a
las alabanzas y glorificaciones, en otras palabras, a la adulación y al halago;
y esto es blasfemo, porque aceptar que así sea es rebajar al Ser Supremo a la
débil e imperfecta condición humana. Richard Dawkings tiene razón al señalar que las
sociedades a lo largo de la historia se han inventado dioses antropomorfos,
creados a su imagen y semejanza, que velan por nuestras vidas, rigen nuestros
destinos, solucionan nuestros problemas y prometen una vida más allá de la
muerte.
Nadie conoce una sola religión
cuyos dioses sean seres abstractos, ajenos a la vida humana, o que no ofrezcan
una continuidad para nuestra existencia. La similitud y ubicuidad de las
religiones es un misterioso universal cuyo sentido evolutivo es todavía
desconocido, un enigma que se pierde en el pasado remoto de la humanidad.