lunes, 30 de abril de 2012

Absurdos de la plegaria

Absurdos de la plegaria
Por: Klaus Ziegler


COLUMNISTA DE EL ESPECTADOR
PUBLICADA EL DIA JUEVES 16 DE ABRIL DE 2009
La oración es un diálogo con Dios para pedirle perdón, agradecerle o solicitarle ayuda.
El propósito último de la plegaria es persuadir al Ser Supremo para que cambie el rumbo de los acontecimientos a nuestro favor. Pero, ¿no es acaso absurdo, casi sacrílego, pretender que nuestras súplicas puedan cambiar un destino elegido con cuidado y anticipación por un ser infinitamente sabio?
El creyente supone que su ruego es más persuasivo si se hace con sumisión, preferiblemente de rodillas. Pero es obvio que un ser superior no puede complacerse con semejante actitud servil, porque en ello habría vanidad, defecto imposible en un ser perfecto.

El devoto imagina que la insistencia en su ruego hace más probable que sus súplicas sean atendidas. ¿Acaso presume que es posible quebrantar la voluntad divina si insiste hasta el cansancio como lo hace un niño malcriado con sus padres? Cree también que una oración en coro es mejor que el rezo individual, como si una conciencia superior fuera susceptible de cambiarse si se recurre a la algarabía, o a la fuerza de la unión. 

Los católicos piensan que las oraciones papales tienen más alcance. Es decir, aceptan que Dios se comporta como un déspota autoritario que sólo escucha a los subalternos próximos y no se rebaja a atender al hombre sencillo de la calle. O recurren a su Santa Madre como intercesora, suponiendo que el corazón celestial es susceptible de ablandarse ante los ruegos de una mamá. Y aunque madre hay sólo una, existen multitud de vírgenes, unas con licencia para hacer milagros, y otras no; y santos y patronos que sirven de mediadores entre el cielo y la tierra.

Con frecuencia la oración apela a las alabanzas y glorificaciones, en otras palabras, a la adulación y al halago; y esto es blasfemo, porque aceptar que así sea es rebajar al Ser Supremo a la débil e imperfecta condición humana. Richard Dawkings tiene razón al señalar que las sociedades a lo largo de la historia se han inventado dioses antropomorfos, creados a su imagen y semejanza, que velan por nuestras vidas, rigen nuestros destinos, solucionan nuestros problemas y prometen una vida más allá de la muerte.


Nadie conoce una sola religión cuyos dioses sean seres abstractos, ajenos a la vida humana, o que no ofrezcan una continuidad para nuestra existencia. La similitud y ubicuidad de las religiones es un misterioso universal cuyo sentido evolutivo es todavía desconocido, un enigma que se pierde en el pasado remoto de la humanidad.







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